Este éxodo tendría alguna razón de subsistir si la ciudad estuviese preparada para recibir la carga migratoria. Pero no es así: no hay vinculación entre los campesinos que llegan y la apertura de posibilidades de empleo en la ciudad. De este modo los recién bajados son candidatos obligados a la desocupación;después al sub-empleo, en última instancia, - si tienen suerte- al trabajo mal remunerado. En las tres situaciones es la familia la que sufre las consecuencias y, de una manera más cruenta, los niños, quienes siempre tendrán que vivir recibiendo invitaciones a la vagancia infantil y su secuela: mendicidad y acto antisocial para los varones y, en el caso de las niñas, meretricio precoz.
El éxodo del hombre rural no es exclusivamente de jóvenes solteros que van a la costa o a la gran ciudad a probar suerte sino también de personas con familia. En ambos casos, las consecuencias son negativas: en el primero, porque se trata de abandono del campo de los jóvenes más capacitados - lo que naturalmente va en deterioro de su comunidad de origen y acelera el detrimento de la situación campesina- y en el segundo, por el riesgo que significa este traslado para la estabilidad de la familia y la seguridad de los hijos.
Solteros y casado, los que pueden hacerlo, parten. Esa es la ley del agro peruano. Preparan su fiambre, ponen su atado a la espalda y se van. Félix Huamán C.1 reconstruye algunos pormenores de esta partida:
Y todos se largaban.
- En Lima nadie puede morirse de hambre- decían.
Mi Anasha, también, una madrugada al levantarse, cuando fue por agua al puquial que apenas goteaba, me dijo:
- Anastacio, hoy me voy con mis taitas a las ocho.
- Pero, Anasha, si hoy o mañana va a llover, ¿No lo viste al San Juanacho procesionando por las calles? ¿No estaba alegre acaso como los mugidos de mayo? Ninguna cera apagó su lumbre anoche, Anasha. Es cierto que va a llover. Hoy por la tarde o mañana por la madrugada la nube estará en nuestro cielo para persignarnos, para cantar, bailar o mojarnos en la chacra, Anasha. No te vayas, no me dejes, palomita, niña linda.
Ella no me escuchó ninguna palabra, se largo nomás a las ocho de la mañana. Por la quebrada próxima se perdió, por abajo, por donde los halcones depositan nidos de abismo. Primero quise morirme.La soledad mataba más que la sequía. Luego me dije: "Yo también debo irme, pero no por donde se fue ella.Volteare la cumbre, hacia el otro lado. No se adonde iré".
Fue de esa manera como Anastacio salió de su pueblo. Poncho al hombro, bufanda al cuello y con un atado muy pequeño, a las seis de la tarde partió hacia arriba. Así nadie lo supo en el pueblo, salio persignándose al lado de la cruz de maguey. "Ahora no hay ni flor para despedirse", se dijo. "La única que tenia también se ha largado".
Autor: Castillo Ríos,Carlos. Los niños del Perú.1970
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Autor: Castillo Ríos,Carlos. Los niños del Perú.1970
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